Karina vive en España desde diciembre de 2022 cuando llegó junto a su marido y dos hijos de 15 y 13 años. La inestabilidad en Perú y las amenazas que sufrían les obligaron a dejar Lima de la noche a la mañana en busca de seguridad: “Vinimos huyendo hacia algo nuevo para proteger la integridad y la vida de mi familia”, explica Karina, que en realidad no es su verdadero nombre para preservar su identidad. El negocio que tenían en su país les iba bien y creció muy rápido, algo que no pasó desapercibido para las personas que se dedican a la extorsión y cuando denunciaron no encontraron respaldo en las autoridades. “Primero nos amenazaron con que teníamos que dar una cierta cantidad mensual. Denunciamos que nos estaban atosigando, creímos que iban a protegernos pero no fue así”.
Mientras hablamos, Karina se sienta casi en el borde del sofá, en el salón de uno de los pisos de acogida que mantenemos en Fuengirola para solicitantes de protección internacional. Melena corta, lisa, castaña. A su lado, duerme tendida boca arriba, su hija de cuatro meses. Es por la mañana y sus hermanos estudian en el instituto.
“Yo tenía mucho miedo en mi país. Nos pidieron 20.000 dólares y que si no los dábamos nos atuviéramos a las consecuencias, que estaba en juego la vida de nuestros hijos. En esos momentos había mucha inestabilidad, desorden y mucha delincuencia. Me sentí indefensa, no sabía cómo actuar”, recuerda.
No podían esperar más tiempo, así que compraron rápido los billetes de avión para viajar a España. Aterrizaron en Madrid y estuvieron en Fuenlabrada. “Estuvimos caminando por todos lados, conversando con la gente y nos mandaron a una iglesia a pedir comida porque no teníamos dinero. Dormíamos en un albergue”, relata Karina, quien tenía claro que «lo importante» era «estar juntos» y que aunque tuvieran que “pasar hambre, mientras haya salud, las cosas buenas vendrán más adelante”.
Agradecida
En Madrid les asesoraron para pedir protección internacional y en marzo de 2022 les trasladaron a Málaga donde estuvieron en una primera fase con CEAR. “He tenido la suerte de que se me han abierto muchas puertas desde que llegamos y ahora me siento muy tranquila y agradecida en este piso. Cada etapa ha sido una experiencia nueva”, dice mirando al frente, en el balcón de la casa frente a un parque.
Aunque ha sido un cambio brusco que les ha afectado, sus hijos, chico y chica, “son niños muy tranquilos” y estudian bien en el Instituto Vicente Espinel (El Gaona) de Málaga.
En el piso ahora me siento muy tranquila, muy agradecida. Estoy muy bien.
Karina, 36 años.
“Mi marido está tratando de buscar trabajo. Él siempre ha trabajado de chófer y tiene el carné para manejar camión pendiente de convalidación”, cuenta Karina. A ella le gusta el mundo de las ventas porque siempre se ha “movido en ese ambiente”, aunque en Málaga estuvo empleada hasta su embarazo en trabajos de limpieza de apartamentos turísticos, algo que se plantea retomar en cuanto pueda.
Hace una semanas, Karina participó en una de las formaciones para mujeres que llevamos a cabo en la asociación. Nuestro equipo de protección internacional les acompaña en este nuevo camino brindándoles apoyo en el área laboral, jurídica y psicológica. Están empezando a construir una vida sin miedo.
Su bebé abre los ojos y se despereza en el sofá. “No me había dado cuenta: le han salido dos dientes. Es tan chiquita y ya quiere comer”, dice Karina sonriendo mientras se prepara para darle el pecho.
El proyecto Acción Concertada de Acogida e Inclusión social de personas solicitantes y beneficiarias de Protección Internacional lo llevamos a cabo con el apoyo del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones -Dirección General de Gestión del Sistema de Acogida de Protección Internacional y Temporal ( Subdirección de Programas de Protección Internacional).