Nuestra sección «Otras voces» nos trae esta vez las reflexiones del investigador voluntario de Migreurop, Louis Imbert, quien advierte de que la retórica de la «crisis migratoria» ha legitimado políticas migratorias más restrictivas por parte de la Unión Europea y llama a reinventar e implementar nuevas políticas de derechos,acogida, solidaridad y apertura.
por Louis Imbert
Desde hace dos años, la mayoría de los “expertos”, responsables políticos y periodistas nos hablan de una “crisis migratoria” o “crisis de los refugiados”, como si fuera una realidad tan evidente que no mereciera una reflexión crítica. Pero las palabras son importantes. ¿Existe realmente una crisis? ¿A qué intereses sirve esta retórica de la crisis?
La expresión empezó a emplearse en abril de 2015, después de dos naufragios que hicieron alrededor de 1500 muertos en el mar Mediterráneo. El 20 de abril de 2015, los 28 ministros del Interior y de Asuntos Exteriores de la Unión europea (UE) adoptaron un plan de acción en diez puntos como primera respuesta a la “situación de crisis en el Mediterráneo”. Esta expresión alarmista se extendió entonces como un reguero de pólvora en el lenguaje de las instituciones europeas, de los responsables políticos y de los medios de comunicación europeos.
Si bien fueron los naufragios mortíferos de abril de 2015 que desencadenaron esta retórica de la crisis, los responsables políticos también han utilizado las cifras de las llegadas y de las solicitudes de asilo en los 28 Estados miembros para destacar la importancia del fenómeno. Sin embargo, omitieron precisar que estas cifras no eran nuevas y que la intensificación de los movimientos migratorios hacia Europa era una realidad desde hace varios años. Las solicitudes de asilo ya habían aumentado en 2013 y 2014. Millones de nacionales sirios ya habían huido de su país, acogidos en su abrumadora mayoría por los países vecinos (Turquía, Líbano, Jordania). Dada la situación cada vez menos sostenible en estos países, inicialmente generosos pero en dificultad frente a las llegadas importantes y continuas (Líbano ha acogido hasta el equivalente del cuarto de su población), las autoridades europeas habrían tenido que anticipar el incremento de las llegadas en 2015 y más allá. Al contrario, parecen haber ignorado deliberadamente los múltiples avisos de las organizaciones internacionales al respecto. Ya en 2013, el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR) recomendaba que se abriesen vías legales de acceso a Europa…
No sólo era previsible y evitable esta “crisis”, sino que está lejos de revestir el carácter “inédito”, “sin precedente” y “excepcional” que le prestan los responsables políticos y comentaristas de todos tipos. Ciertamente, se presentaron en 2015 un millón de personas en migración a las puertas de Europa. Pero se debe relativizar esta cifra. Por un lado, pese a su importancia aparente, sólo representa el 0,2% de la población total de la Unión Europea. Además, basta volver a los años 1990 para encontrar semejante ejemplo de llegadas importantes en Europa occidental. En aquella época, más de medio millón de personas habían huido de las guerras de Yugoslavia hacia una Unión Europea que sólo contaba una docena de Estados miembros. Por otro lado, a pesar de que el año 2015 fue marcado por un incremento sin precedente del número de personas desplazadas y refugiadas en el mundo (65,3 millones según ACNUR), Europa está lejos de ser la principal región afectada. Cerca del 90% de las 21,3 millones de personas refugiadas en el mundo están acogidas en países del Sur. En realidad, debido a la miríada de dispositivos de cierre implementados por la UE, pocos exiliados llegan a pisar efectivamente Europa. Desde hace muchos años, las políticas europeas de visado y asilo les impiden a muchas personas, sospechadas de presentar un “riesgo migratorio”, acceder legalmente al territorio de la UE y residir aquí en regla. Como consecuencia, en 2016 más de 5000 personas fallecieron en el mar Mediterráneo al intentar alcanzar las costas europeas. Es la cifra más alta jamás registrada.
Es muy preocupante observar que en realidad la retórica de la crisis ha legitimado políticas migratorias aún más restrictivas, a pesar de una situación humanitaria mundial cada vez más desastrosa y de las numerosas tragedias en nuestras fronteras. La “crisis” ha sido instrumentalizada por la UE para intensificar la guerra contra los exiliados que lleva a cabo desde hace más de dos décadas. En vez de asumir sus obligaciones éticas y legales, Europa ha reforzado el cierre y la militarización de sus fronteras. Desde 2015, se han construido nuevos muros y se han cerrado varias fronteras internas del espacio Schengen (Ventimiglia, Idomeni, etc.) bajo el pretexto de una “crisis” que amenazaría el “funcionamiento del espacio Schengen”. Se han dedicado fondos astronómicos a la agencia europea de vigilancia de las fronteras externas Frontex (250 millones de euros en 2016) y se han lanzado operaciones militares para impedir el acceso al territorio europeo por el mar. En Italia y Grecia, se han abierto nueve campos llamados “hotspots”, donde se procede a la identificación de los recién llegados y a una sórdida selección de los pocos afortunados que tendrán el derecho de solicitar asilo en Europa. Hace un año, también se firmó un vergonzoso acuerdo con Turquía, promovido hoy por la Comisión europea como un nuevo modelo de cooperación con países “terceros”. Por fin, se contemplan en la actualidad varias reformas europeas en materia de inmigración y asilo, que tienen como objetivos principales restringir los derechos fundamentales de las personas en migración, impedir su entrada y facilitar su fichaje, internamiento y expulsión.
Más bien que una crisis, la situación migratoria que vivimos hoy podría ser una oportunidad para (re)inventar e implementar nuevas políticas de derechos, acogida, solidaridad y apertura. Frente al fracaso y a la inhumanidad de las políticas europeas de cierre de las fronteras, ha llegado el momento de abrir un gran debate ciudadano sobre la libertad de circulación para todas y todos. Es a mi juicio uno de los mayores imperativos éticos del siglo 21.
La imagen es de Ubalio Martínez y Yael Vázquez, artistas del proyecto Artistas Acoge.
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