Por Agustín Olías.
Todas las mañanas, Luana Vila y Javier González pasaban por delante del centro Penitenciario de Málaga, en Alhaurín de la Torre. De alguna manera, sentían que tenían que hacer algo allí, en la cárcel, ofrecer un servicio a los reclusos. ¿Por qué no la biodanza? Pensaba Luana. El gusanillo se había metido en su voluntad y porfiaron para conseguir sacar adelante el proyecto. Su encuentro con Málaga Acoge terminó de convertir lo deseable en realizable: en la actualidad Luana y Javier son personas voluntarias del Departamento de Prisiones de Málaga Acoge y están trabajando en un proyecto de biodanza para reclusas.
Pero no adelantemos acontecimientos y conozcamos antes a nuestros dos protagonistas. Ella, gallega de La Coruña, pedagoga, ha vivido en Brasil desde los cinco años hasta los treinta y dos y ha dedicado toda su vida profesional a la educación de niños. Él, andaluz de Cádiz, abandonó su tierra para estudiar Biología en Córdoba y trabajar luego en Málaga con animales exóticos. Más adelante cambió de rumbo y se dedicó a la gestión emocional y terapias complementarias; actualmente trabaja en la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC).
Vamos a entrar en materia: ¿Qué es la biodanza? ¿Para qué sirve? Luana lo explica: “La biodanza es un sistema terapéutico que trabaja con la danza, con la música, con las emociones. Es una acción en grupo, porque se trabajan las interrelaciones, aunque también se hacen ejercicios individuales. Trabajas tu lugar en la comunidad humana: aunque podemos estar solos, necesitamos del otro para vivir. En la biodanza se consideran cinco ‘funciones universales’ comunes a todas las personas: vitalidad, creatividad, afectividad, sexualidad y trascendencia.”
Me siento intrigado por conocer qué reacción obtuvieron de Málaga Acoge cuando propusieron esta novedosa iniciativa. “Encontramos una apertura y colaboración muy grandes por parte de la asociación”, me dice Luana. “Nos ha ayudado mucho el excelente trabajo que el Grupo de Teatro de Málaga Acoge en la prisión está haciendo allí. Cada vez nos sentimos más integrados y apoyados”, cuentan nuestros protagonistas. Luana y Javier presentaron el proyecto a la dirección del centro penitenciario en agosto de 2014 y en enero de este año empezaron las sesiones. Lo más problemático fue resolver los detalles prácticos: establecer los horarios, conseguir una sala adecuada o solucionar la imposibilidad de llevar determinados aparatos electrónicos. Cosas habituales de un sitio como la prisión.
Luana me da más detalles del grupo: “Estamos trabajando con unas diez personas asistentes de media, aunque el grupo no está cerrado y, según corre la voz, se siguen apuntando nuevas participantes. Cada sesión dura dos horas y hacemos una sesión semanal. El proyecto durará cuatro meses.”, explica.
Haber empezado con un grupo de reclusas fue una decisión pactada entre la dirección del Centro Penitenciario y Málaga Acoge. Por un lado, la dirección no creyó conveniente hacer un grupo mixto, y, por otro lado, Luana prefirió que fuese un grupo de mujeres. El grupo es muy variado, conviven mujeres de diversas edades, razas y religión. Por parte de Málaga Acoge no hay un requisito previo para entrar en él.
Sigo sin saber cómo funciona una sesión de biodanza. Luana me lo explica: “En cada sesión se trabaja un aspecto, según la planificación que la facilitadora haya realizado, teniendo en cuenta, también, las necesidades del grupo. Las sesiones se organizan en dos partes: una primera en la que se habla de lo que se siente, olvidándote de lo que te ha ocurrido, hablando de los sentimientos. Y una segunda parte, más extensa, que es la de la danza. Explicamos el ejercicio, hacemos una muestra, damos algunas ideas, escuchamos un ratito la música y, de esta manera, el grupo se anima y empieza a moverse. Dejamos que la música nos traiga determinadas emociones, no imponemos nuestro movimiento a la música. Cuando las participantes empiezan a moverse, la facilitadora ya no interviene activamente, se limita a cambiar las canciones y, al final, regula el volumen para que, poco a poco, las reclusas vayan volviendo a la realidad. Durante esta segunda parte, no se habla nada.” Al principio las recusas no sabían nada de la biodanza, pero su reacción ha sido buenísima y se abren con mucha naturalidad. “Estamos muy contentos y agradablemente sorprendidos; cuando estás en la sesión, no hay nada que te haga pensar que estás dentro de una cárcel”, apostilla Javier.
¿Qué esperáis del proyecto? Javier vuelve a tomar la palabra: “Estamos abiertos siempre a la posibilidad del milagro. Yo noto que en cada sesión hay una catarsis, unas emociones que se liberan, algo muy poderoso sucede en el grupo. Sí, tenemos esperanza en que estas clases sirvan a las reclusas para afrontar su vida de otra manera.”
Les pido su opinión sobre el voluntariado en Málaga Acoge, qué les proporciona a ellos. Luana lo tiene muy claro: “Cuando trabajamos en un voluntariado como el que se hace en Málaga Acoge, los que recibimos somos nosotros. Aunque parezca que vamos a ayudar, lo que hacemos es un trabajo para nosotros, porque en nuestro voluntariado recibimos mil veces más de lo que damos. Cada día que voy allí, agradezco esa oportunidad”. Javier pone un ejemplo que aporta un nuevo matiz: “El corazón mueve la sangre para todo el cuerpo, pero la quinta parte de esa sangre la usa él mismo. Lo que quiero decir es que primero hay que hacer un trabajo interior de regalarse a sí mismo y que te haga sentir lleno; luego vas encontrando más espacio para dar a los demás”.
Al despedirnos me expresan un firme deseo: repetir la experiencia en la cárcel, incluso con un grupo de hombres. Espero que lo consigan. ¡Ánimo!
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