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Maryury llegó desde Colombia hace un año con una meta clara: seguir formándose y aportar a la Cooperación Internacional. Ingeniera civil de profesión, con experiencia en el sector humanitario —en áreas de asistencia e infraestructura—, decidió venir a Málaga para cursar un máster en Cooperación Internacional en la Universidad de Málaga (UMA). “Fue un año que se pasó rapidísimo”, afirma. Su trabajo final se enfoca en las políticas de desarrollo vinculadas a la economía triangular entre países de América Latina y China.
Eligió España porque el posgrado era más corto y económico que en su país, además de la ilusión de vivir una experiencia académica en otro lugar y obtener un título susceptible de homologación. Su idea es regresar a Colombia, aunque no descarta quedarse si se presenta una oportunidad laboral adecuada. “Me gustaría tener una base aquí y trabajar en proyectos de cooperación en distintas partes del mundo”, explica.
Sin embargo, el inicio no fue tan fácil como esperaba. Apenas llegó, el primer obstáculo fue el empadronamiento: no lo pudo hacer en la primera vivienda que alquiló, una habitación en el centro de Málaga. “En Servicios Sociales me abren expediente y me dicen que tengo riesgo de exclusión social, que solicite el empadronamiento por esa vía. Pero casi un año después aún no se ha resuelto; sigue abierto”, cuenta. Esa situación derivó en una cadena de dificultades: sin empadronamiento no podía acceder a ayudas, y sin tarjeta TIE (Tarjeta de Identidad de Extranjero) no podía trabajar, aunque su permiso por estudios lo permitía hasta 30 horas semanales.
Durante el pasado verano realizó las prácticas del máster en Colombia, dentro de un voluntariado de cooperación internacional con la Universidad de Antioquía, entre agosto y septiembre. En Málaga ha tenido que enfrentarse a muchas complicaciones: “En mi casa hubo una crisis económica por la enfermedad de mi hermano, y me quedé sin dinero. Acudí a Puerta Única y les dije que en quince días me tenía que ir del piso y me dijeron que no podían ayudarme porque aún no estaba en la calle”, recuerda. La falta de empadronamiento limitó de nuevo el acceso a recursos sociales que necesitaba.
“Vine legal, con un permiso de estudiante, pero no tengo acceso a nada”, reflexiona con amargura. Pasó tres meses sin poder trabajar por no tener la TIE, que no obtuvo hasta enero. La presión y el estrés le pasaron factura: se puso enferma, perdió la vivienda y terminó hospedándose en un hostal. Fue entonces cuando recibió el apoyo de Málaga Acoge. “Buscaba un lugar para dormir, comer, y al mismo tiempo rendir en la universidad. Era desesperante”, dice.
Desde entonces, la ayuda de organizaciones como Málaga Acoge, Cáritas y Acción Contra el Hambre ha sido -dice- fundamental. “El permiso de estudiante no garantiza estabilidad. No asegura que uno pueda conseguir trabajo ni que la vida vaya a tener oportunidades. Un compañero tardó cinco meses en encontrar algo y el último mes no podía pagar el alquiler”, comenta. La realidad, insiste, es que acceder a un empleo siendo estudiante extranjero resulta muy complicado: “Hasta para lavar platos te piden requisitos imposibles”.
Logró empadronarse un año después de llegar gracias a un programa de la UMA de alojamiento de estudiantes con personas mayores. Allí vive actualmente: acompaña a una persona y los fines de semana puede salir. “La persona con la que vivo es cariñosa y su familia muy amable. Estoy muy agradecida”, reconoce. Poco a poco, ha conseguido algo de estabilidad y continúa formándose.
Hoy combina su Trabajo Fin de Máster con un curso de eficiencia energética en la UMA, que incluirá unas prácticas, y otros talleres de formación. Ha hecho cursos subvencionados por la Junta de Andalucía, Prodiversa y Cáritas sobre informática, redes sociales, recursos humanos e incluso de camarera de piso, donde también realizó prácticas. “Como no tengo trabajo, tengo que ver cómo mantenerme activa y buscar oportunidades. Es como la ley de la selva: hay que sobrevivir”, afirma. Asimismo se ha capacitado en temas de inserción laboral en el SAE, Diaconía y Acción contra el Hambre.
También estudia inglés en la Escuela Oficial de Idiomas y busca trabajo. A sus 38 años, reconoce que la experiencia migratoria —aunque dura— le ha dejado grandes aprendizajes. “A veces pienso que si estuviera en Colombia no pasaría por estas penurias, estaría trabajando en lo mío”, confiesa. Le causa tristeza no poder enviar dinero a casa. “Me da pena no poder mandar nada. No cuento la situación para no preocuparles y eso me duele”, dice con la voz quebrada.
A pesar de las dificultades, mantiene la determinación y la esperanza de encontrar una oportunidad laboral que le permita continuar. Está a la espera de renovar su residencia y no pierde el ánimo. “Las empresas tienen mucho desconocimiento. Eso hace que quienes venimos con permiso de estudiante y queremos pasar a trabajar por cuenta ajena quedemos en el limbo”, lamenta.
Para Maryury, el sistema no lo pone fácil. “El migrante que llega por motivos económicos, políticos o sociales sufre impasses, pero también el que viene como yo se encuentra con trabas. Yo llegué para estudiar y el primer choque fue el empadronamiento. Las organizaciones sociales me acogieron más que las instituciones públicas”, afirma con convicción.
Hoy, cuando sale de la casa donde vive para ir a clases o hacer gestiones, lo hace en una bicicleta que le han dejado unos amigos. Así, pedaleando, la vemos alejarse por la calle Bustamante y le deseamos el mejor de los futuros.
Esta participación se enmarca, además, en el proyecto Boreal: Inclusión social desde la cobertura de necesidades básicas y urgentes dirigidas a población en riesgo y/o situación de alta vulnerabilidad, una iniciativa de Málaga Acoge que cuenta con el apoyo de la Consejería de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad y el Ministerio de Derechos Sociales Consumo y Agenda 2030.





