El niño va a cumplir dos años en julio y corretea por el salón, inquieto porque quiere salir a la calle. Es rubio y fuerte. Hace un mes que su madre, Fátima, vive en un piso de acogida que gestionamos en Mijas. La menor de cuatro hermanos, todos varones, dejó su casa en Nador (Marruecos) con 14 años. «En Marruecos no hay vida. Por eso he venido aquí». Cuenta que cuando era chica le gustaba estudiar, pero que la sacaron del colegio y le dijeron que debía casarse. «Yo no quería porque era muy joven, quería vivir», afirma esta joven, de pelo negro liso, que estuvo en un centro de menores de Melilla hasta la mayoría de edad. Cuando se fue de Marruecos, su madre estaba en Barcelona, ella vivía con sus hermanos y su padre y la relación era «muy difícil».
Fatima (nombre ficticio) no imaginaba que se iba a encontrar con tantos obstáculos cuando tomó la decisión de abrirse camino en España: «No pensaba que iba a ser tan complicado. Llevo desde los 14 hasta los 22 años aquí y aún no tengo arreglados mis papeles para poder trabajar». Esta chica, a la que la entidad acompaña desde hace años, estuvo de alquiler con su pareja un tiempo hasta que se vio sin un techo bajo el que vivir con su hijo. Ahora que tiene una casa, afirma que está tranquila. «Antes tenía ansiedad, todos los días buscando donde dormir, en un hostal, con una amiga…», explica.
Lo que peor lleva, advierte, es que lleva muchos años sin ver a su familia, a su madre, su padre, sus hermanos…»mi niño está creciendo y no ha visto a su abuela», lamenta Fátima, que ha empezado a ir a nuestras clases de español en Málaga para avanzar en su escritura y que querría retomar los estudios y hacer la ESO. «Mi sueño es tener mis papeles en regla, conseguir un trabajo, un estudio vivir con mi niño», sostiene, y agrega que aspira a una «vida normal de una mujer con su hijo. Trabajar, mi casa, mi niño, no quiero más, porque he sufrido mucho y no quiero pasar más cosas».
«Me gusta mucho trabajar, soy muy trabajadora», dice, y apunta que le «encantaría» trabajar como vigilante. Antes de tener a su hijo, cuenta que se buscaba la vida como podía echando horas como camarera u otros empleos para salir adelante. Participó en cursos de empleo de la entidad como el de limpieza en espacios abiertos e instalaciones industriales y también en la formación sobre prevención de violencias sexuales desde una perspectiva psicosocial.
Las compañeras de la sede de Fuengirola la apoyan y acompañan en su camino desde que entró en el piso hace unas semanas. Hace varios días, y gracias a una cadena de colaboración se logró conseguir un carro para su hijo cuyo nombre lleva tatuado en la muñeca. Fue a través de la tienda My Sweet Koala y lo donó una de sus clientas a la que damos las gracias.

El apoyo a Fátima se enmarca en nuestro proyecto Sadhana Inclusión de Personas Sin Hogar acogidas en viviendas con plazas temporales que llevamos a cabo con apoyo del Instituto Andaluz de la Mujer Ministerio de Igualdad a través del Pacto de Estado contra la Violencia de Género y el Ayuntamiento de Mijas.