Actualizado hace 2 años – Publicado el 3 de mayo de 2022
Nuestro espacio Málaga Solidaria en La Opinión de Málaga recogió el 30 de mayo las reflexiones de Gita Saeed, refugiada afgana y activista que apoyamos sobre la terrible realidad que vive la gente en su país, especialmente las mujeres. Lee el artículo en su ubicación original en el periódico AQUÍ. También reproducimos el texto a continuación:
Por Gita Saeed*
Trabajé en la alfabetización y concienciación de mujeres y niñas afganas para que no se vieran privadas de los conocimientos más básicos. Mi lucha comenzó exactamente con la creación de cursos de alfabetización en sus hogares. Así me convertí en una guerrera, enfrentándome a todos los enemigos del conocimiento y la conciencia.
Después de la liberación de Afganistán en 2002 y 2003, con ayuda de mi esposo y un grupo de lugareños interesados en la educación de sus hijas, creé una escuela para niñas que afortunadamente dio sus frutos.
Tras veinte años viviendo en una comunidad muy tradicional me di cuenta de la profundidad de la brecha de género en mi país. Esta desigualdad era tan profunda que no podía salvarse fácilmente. Pero la luz de la esperanza de permanecer firmes y luchar decididamente contra la ignorancia y la oscuridad brillaba en mi corazón y mi mente y en la de mis hermanos y hermanas creyentes. Creíamos que con esta luz allanaríamos el camino, al menos para nuestras hijas.
Para una mujer como yo, estas luchas fueron cruciales porque fui víctima de la guerra. Después de convertirme en madre de dos niños, consciente del valor de la alfabetización en la vida de las mujeres y las niñas, traté de que no les faltase lo más básico. Así, con el apoyo financiero de la comunidad internacional establecí una escuela primaria y fui maestra de niñas de primero a sexto grado.
Pero esta felicidad no duró mucho. Debido a nuestras actividades el grupo terrorista talibán disparó terriblemente a mi esposo, cuando iba camino de la oficina, por colaborar con la organización no gubernamental y de desarrollo ACTED. Para mí fue una prueba horrible y difícil.
Después de este terrible incidente, mis luchas se volvieron más serias y adquirieron múltiples dimensiones. Sólo tenía tres opciones para sobrevivir: La primera, según la costumbre y cultura en Afganistán, una viuda debe quedarse en casa tras la muerte de su esposo y, si es necesario, casarse con un familiar cercano de su difunto marido para tener derecho a la custodia de sus hijos huérfanos y así mantener unida a la familia.
La segunda, si la viuda no se casa con un miembro de la familia del marido, no tiene derecho a hacerlo con otro hombre. Si lo decide así debe dejar a sus hijos en manos de la familia de su difunto esposo, sin importar quién se haga cargo de ellos. La tercera alternativa es que si quiere tener la custodia de sus hijos huérfanos, no debe casarse con otro hombre y continuar toda su vida sin ningún apoyo de la familia de su esposo. ¡Yo elegí la tercera opción!: Quedarme con mis hijos sin ningún tipo de ayuda por parte de nadie.
Discriminación de género
En la cultura afgana las mujeres se enfrentan a serias barreras y factores en contra como la severa discriminación de género, creencias religiosas extremas y una sociedad patriarcal. Yo no me rendí y seguí luchando por salvarme y mejorar mi situación de mujer viuda y esa fue y es la decisión correcta.
Durante los veinte años de esfuerzos de la sociedad afgana alfabetizada y de la comunidad internacional las mujeres conseguimos logros tangibles en el mundo político, legislativo, así como en la medicina, ingeniería y educación. Empezamos a estar en los niveles altos y medios de la sociedad. ¡Millones de niñas estudiaban!
La vuelta al poder de los talibanes en 2021 supuso el fracaso de dos décadas de esfuerzo y la caída de la población, especialmente de las mujeres, en manos del grupo extremista. La mayoría de las mujeres inteligentes, militantes y conocedoras emigró y se dispersó por todo el mundo.
Las que están estancadas en Afganistán han sido privadas del derecho a participar en la sociedad y no tienen cubiertas sus necesidades básicas. Las universidades están cerradas para ellas e incluso tienen prohibido el uso de ropa de color que no sea negra. Las doctoras no tienen derecho a examinar y comprobar el estado de salud de las pacientes sin la presencia de los hombres de la familia. El monstruo de la pobreza ha causado que las familias vendan a sus hijas y que personas indefensas se quemen en público para salvarse de esta situación. Hay millones de mujeres y niñas sin hogar, supervivientes y víctimas de cuarenta años de guerra, que no tienen un sostén familiar.
Lamento escribir esto: Afganistán es el infierno más real en la tierra para su gente, especialmente para las mujeres.
Ahora bien, estas mujeres refugiadas tienen muy buenas capacidades y con apoyo serán sin duda personas eficaces en su segunda patria, en los países que las han acogido. Las personas que han logrado salir de la muerte valoran más la vida. Han escapado del infierno y su paraíso es una tierra que les da seguridad física y mental, un techo para vivir y pan para comer.
Más apoyo y atención
Pero esto no es suficiente, las mujeres refugiadas necesitamos más apoyo y atención de los gobiernos y las naciones, especialmente en la continuidad de la escuela, la educación y el trabajo, para que podamos dar pasos más valiosos hacia la construcción de un mundo más tranquilo para nosotras y nuestros hijos e hijas.
Gita Saeed es refugiada afgana, poetisa y activista por los derechos humanos de las mujeres en Afganistán. Os recordamos su intervención en el Parlamento hace unas semanas AQUÍ.
Es una mujer que apoyamos en Torre del Mar en el marco de nuestro proyecto Tarhib que llevamos a cabo con el apoyo del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones (Dirección General de programas de Protección Internacional y Atención Humanitaria) y la cofinanciación del Fondo Social Europeo.