Actualizado hace 1 año – Publicado el 13 de julio de 2022
“Así era también la vista desde nuestra sala en Colombia”, dice con la mirada fija en el verde de los árboles mientras habla en su piso en Torre del Mar. “Allá contábamos las clases de aves que podíamos ver y aquí hemos vuelto a sentir sus sonidos. Cuando llegamos a este piso nos sentimos otra vez como en casa”, asegura Antonia que vive desde mayo junto a su pareja, Blanca y su hija Violeta, de 7 años, en una de las viviendas que mantenemos en La Axarquía para personas solicitantes de protección internacional. Antonia, Blanca y Violeta han elegido estos nombres en lugar de los suyos para que contemos su historia, la historia de una familia que tuvo que huir de su país hace ocho meses tras años de persecuciones y amenazas.
“Nos conocimos en un bar de Bogotá tras una marcha en la que habíamos participado. Después de un año de relación nos fuimos a vivir juntas”, cuenta Blanca, que entonces tenía dos trabajos en Medellín . Ambas eran muy activas políticamente: “Íbamos a marchas, teníamos como objetivo crear conciencia en las personas”, recuerda Antonia, vinculada desde muy joven a los movimientos sociales.
El embarazo y nacimiento de Violeta no interrumpió su activismo. “Empezó a caminar pronto, con nueve o diez meses y cuando tenía dos años ya nos acompañaba a las calles”, recuerda Antonia mostrándome una foto de la pequeña en su móvil portando una pancarta. Pero pronto empezaron las amenazas por parte del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) en forma de llamadas, cartas y denuncias falsas: “Comenzamos a tener grandes problemas porque nos amenazaron a nosotras y a nuestra hija. Nos llamaban desgraciadas, lesbianas y decían que Dios nos iba a castigar”, denuncia.
Ataque personal
A raíz de las amenazas, decidieron cambiar de localidad, su número de teléfono, las cuentas de correo electrónico, pero después de varios meses volvieron a la carga. “Nos dijeron que nos iban a quitar a nuestra hija”, recuerda Antonia con emoción, convencida de que esta persecución era un “ataque personal, por su activismo político, por ser lesbianas y madres frente al Estado heteropatriarcal. Por romper la normalidad”.
Su forma de vida cambió completamente. Sin vida social su día a día se limitó a ir y volver del trabajo y estar en casa con la niña “muertas de miedo”. La persecución llegó a tal extremo que la Policía llegó con un furgón hasta la puerta de su casa, la niña se asustó mucho y comenzó a hacer preguntas . “Violeta tenía pesadillas, no quería jugar ni ir al colegio”, recuerda Blanca que denuncia el maltrato que recibieron “por odio, por homofobia” pese a quedar demostrado que su hija tenía un hogar y una familia que la quería y cuidaba en condiciones.
Como las amenazas siguieron a pesar de que cambiaron tres veces de localidad, Blanca y Antonia tomaron la decisión de vivir separadas: “Fue muy duro, sobre todo para Violeta que no entendía por qué me iba”, afirma Blanca, que continuó en contacto con ella por videoconferencias. Tuvo que pasar un largo año para que las tres se reencontraran en España.
“Qué desgracia tener que separarnos de nuestros seres queridos porque a alguien no le gusta nuestro modelo de familia. En mi cabeza no cabe por qué alguien te rechaza por ser negro, por ser gordo, por ser de otro país”, argumenta Antonia, que estudió Filosofía y Humanidades y ha trabajado para la Organización de Estados Iberoamericanos (OIE).
Libre y segura
Tras pasar cuatro meses en Madrid y varios recibiendo el apoyo de Cear en Málaga empezaron a vivir en mayo en Torre del Mar. “Acá realmente una se siente libre y segura, respetada por las otras personas. Es tan importante poder expresarte tal como eres, poder tener una manifestación de cariño sin cohibirte”, valora Antonia, que asegura que las personas con las que han tratado les ha acogido “muy bien”.
Blanca recuerda el día que llegaron en autobús a Torre del Mar y cómo nuestras compañeras Alejandra y Marina les recibieron con abrazos “como si las conocieran de toda la vida, como si fuéramos amigas de hace mucho tiempo”. Tras esa demostración de afecto y cariño afirman que empezaron a sentirse tranquilas.
“Lo logramos. Estamos bien y con ganas de salir adelante. Ha sido un gran avance que Violeta haya recuperado su vida de niña, sin temor”, afirma Blanca, quien valora el acompañamiento de nuestra compañera Alba, psicóloga de Protección Internacional.
Violeta está leyendo Cuentos de Buenas Noches para Niñas Rebeldes, un libro que le ha regalado Alejandra y que está encima de la mesa blanca pegada a la vetana en su habitación. «Mary era una mujer increíblemente fuerte», empieza uno de los relatos sobre Mary Fields. Fuerte como ella, como sus madres. En unos días tendrán su permiso de trabajo y nos les importa qué ocupación acaben encontrando. “No importa qué terminemos haciendo inicialmente con tal de seguir sintiendo esta paz y tranquilidad, ver a mi hija feliz y estar las tres juntas, como hemos estado siempre”, afirma Antonia.

El apoyo brindado a estas personas refugiadas se enmarca en el programa Tarhib que realizamos con el apoyo del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones (Dirección General de gestión del sistema de acogida de Protección Internacional y Temporal) y la cofinanciación del Fondo Social Europeo).
La foto de portada es de Víctor Carrillo, fotógrafo y voluntario en Torre del Mar, que recientemente hizo un taller de fotografía con las personas que apoyamos con motivo del Día de la Persona Refugiada.